En El Gran Escape, Angus Deaton expone una crítica profunda sobre las limitaciones de la ayuda internacional en la lucha contra la pobreza. Aunque la ayuda humanitaria y la asistencia oficial para el desarrollo (AOD) tienen objetivos nobles, Deaton argumenta que su implementación actual perpetúa problemas estructurales y, en algunos casos, agrava la pobreza. En esta entrada, analizaré el dilema de la ayuda de países ricos hacia países pobres que desarrolla Deaton en la Parte III de El Gran Escape: "AYUDA".
El autor, a través de un análisis detallado, desmantela la idea de que donar dinero por parte de los países ricos a los pobres es una solución efectiva para erradicar la desigualdad global. De hecho, califica esta idea como una "ilusión". Uno de los puntos centrales de Deaton es que la ayuda externa frecuentemente beneficia más a las élites de los países receptores que a las poblaciones vulnerables. En países con instituciones extractivas, la ayuda refuerza la corrupción y perpetúa regímenes opresivos.
Además, presenta como principal problema la falta de mecanismos de retroalimentación para garantizar el uso adecuado de los fondos que contribuye a que se mantenga un círculo vicioso con el que el gobierno corrupto de los países pobres puede beneficiarse. Como lo ilustra Deaton, casi la mitad de la AOD se otorga a regímenes autocráticos, donde las prioridades gubernamentales rara vez son iguales a las necesidades de sus ciudadanos.
El autor destaca el ejemplo de Sierra Leona, donde el gobierno celebró ser clasificado como "el peor del mundo" para garantizar más ayuda. Este caso expone cómo la ayuda puede convertirse en un incentivo contraproducente muy alejada del progreso real y sostenible.
Por otra parte, Deaton desarrolla el concepto de "indiferencia moral" y la falta de conocimiento de los ciudadanos de los países ricos sobre la complejidad de la pobreza. La idea de que erradicar la pobreza podría lograrse si cada persona donara 15 centavos diarios parece atractiva, pero no es viable. La falta de eficacia de la ayuda radica en su orientación: en lugar de fomentar instituciones sólidas y sistemas de gobernanza, los fondos suelen destinarse a proyectos mal evaluados que no solucionan problemas estructurales.
El Banco Mundial, según Deaton, es un ejemplo de esta falta de evaluación. Si sus proyectos hubieran sido sometidos a rigurosos análisis de impacto, el panorama global de la pobreza sería muy diferente. Sin embargo, los errores en la implementación se consideran "costos de hacer negocios", perpetuando un sistema que prioriza la percepción de éxito sobre los resultados tangibles.
Deaton argumenta que la AOD, al estar diseñada principalmente en función de intereses políticos y económicos de los países donantes, carece de un enfoque genuino para erradicar la pobreza. La ayuda bilateral, que representa el 80% de la asistencia, está dirigida por agendas geopolíticas, mientras que solo el 20% se canaliza a través de organismos multilaterales, que tienden a ser más imparciales.
El autor también señala cómo la ayuda se centra desproporcionadamente en regiones como África, a pesar de que la mayoría de los pobres del mundo residen en países como India y China. Esto plantea preguntas sobre la efectividad y la equidad de la distribución de los recursos.
Además, la dependencia de las economías de recursos naturales (crisis de las commodities) y la falta de instituciones sólidas hacen que muchos países receptores no puedan traducir la ayuda en desarrollo sostenible. Sin condiciones previas para garantizar políticas inclusivas y eficientes, la ayuda externa se convierte en una herramienta improductiva.
Soluciones y enfoques alternativos
Deaton propone un enfoque más selectivo y orientado a resultados para maximizar el impacto de la ayuda. Los gobiernos receptores deberían demostrar compromiso con políticas que beneficien a sus ciudadanos antes de ser considerados candidatos para recibir ayuda. Este modelo, conocido como "selectividad", busca evitar que los recursos fortalezcan regímenes opresivos y, en su lugar, fomenten sociedades con instituciones inclusivas.
Un enfoque sugerido es el uso de dinero en efectivo condicionado a resultados, donde los países receptores y donantes acuerden objetivos específicos, como aumentar la tasa de vacunación infantil o reducir la mortalidad. Sin embargo, este enfoque tiene sus riesgos, ya que los gobiernos pueden enfrentar pérdidas significativas si no logran cumplir con los objetivos establecidos.
En el ámbito de la salud, Deaton defiende iniciativas como el Fondo de Impacto de Salud, que compensaría a las compañías farmacéuticas en función de los beneficios de salud generados. Aunque este enfoque busca eliminar barreras de acceso a medicamentos y fomentar la innovación, plantea desafíos en la determinación de criterios de compensación y sostenibilidad financiera.
Conclusión
La ayuda internacional, en su forma actual, no es una solución definitiva para la pobreza global. Si bien puede aliviar temporalmente ciertas dificultades, Deaton demuestra que a largo plazo puede ser contraproducente, perpetuando dependencias y fortaleciendo instituciones disfuncionales. Para erradicar la pobreza, es esencial un cambio de paradigma: en lugar de imponer soluciones desde el exterior, los países pobres deben liderar su propio desarrollo, apoyados por políticas que promuevan instituciones inclusivas y sostenibles. La verdadera transformación no provendrá de la caridad, sino de un compromiso conjunto por abordar las raíces estructurales de la desigualdad
Escrito por: Adrián Marcial Romero